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Los Programas de Propiedad Participada en Argentina

Los Programas de Propiedad Participada en Argentina

En esta oportunidad, ante un concurrido auditorio, se debatió acerca de los sucesos que ocurrieron durante el proceso de privatización de empresas públicas en los años ’90. Los Programas de Propiedad Participada y los Trabajadores.

Un proceso que nos marcó a fuego

Si hay algo que nos atravesó como sociedad, fue el vendaval de privatizaciones en los años ’90. No fue un simple cambio de dueño en las empresas: fue una transformación profunda en la vida de millones de argentinos y argentinas. De un día para el otro, lo que era de todos pasó a manos de unos pocos, y el impacto se sintió en cada rincón del país, sobre todo entre los trabajadores y sus familias.

¿Cómo empezó todo esto?

Corría 1989 y el país venía golpeado por la hiperinflación y una crisis que parecía no tener fin. El gobierno de Carlos Menem, con el apoyo de buena parte del Congreso, impulsó dos leyes clave: la Ley de Reforma del Estado y la Ley de Emergencia Económica. Así, se habilitó la intervención, desguace y venta de las principales empresas públicas, desde YPF, Aerolíneas Argentinas y Gas del Estado, hasta los ferrocarriles, el correo, las telefónicas y más. El argumento era que el Estado no podía sostener más esas empresas, que eran deficitarias y fuente de corrupción, y que la privatización traería inversiones, eficiencia y mejores servicios.

Pero la realidad fue otra. El proceso fue rapidísimo y, en muchos casos, poco transparente. Se vendieron empresas estratégicas a precios bajos, con marcos regulatorios débiles y condiciones hechas a medida de grandes grupos económicos, nacionales y extranjeros. Los organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el BID estaban detrás de cada paso, presionando para que se avanzara sin demoras.

¿Y los trabajadores?

Para los laburantes, fue un golpe durísimo. De un día para el otro, miles perdieron su empleo cada mañana: se calcula que hubo unos 500.000 despidos en todo el país. Muchos cobraron una indemnización, conocida como “Retiro Voluntario” (en muchos casos, de voluntario no tuvo nada), que les alcanzó para ponerse un kiosco, parripollo o un auto de remisse, pero al poco tiempo se quedaron sin trabajo y sin plata.

En medio de este panorama, se implementaron los llamados Programas de Propiedad Participada, previstos en el capítulo III de la Ley 23.696. La idea era que los trabajadores pudieran acceder a una parte del capital de las empresas privatizadas, participando de las ganancias y, supuestamente, de las decisiones. Pero en la práctica, la participación real fue escasa o nula: los empresarios y el Estado nunca cumplieron del todo con lo prometido, y la voz de los trabajadores quedó relegada.

El ánimo en el trabajo

No hace falta ser psicólogo para entender que, cuando te sentís parte de algo, laburás distinto. Si los trabajadores hubieran tenido una participación activa y real en las decisiones de sus empresas, seguramente el clima laboral habría sido otro. Sentirse involucrado, saber que tu opinión cuenta y que podría incidir en el rumbo de la empresa, genera pertenencia, compromiso y hasta orgullo. Pero lo que se vivió fue todo lo contrario: incertidumbre, bronca y desilusión. La ilusión de ser trabajadores y accionistas a la vez, de su propia empresa, finalizó cuando terminaron malvendiendo sus tenencias para salvar unos únicos pesos.

¿Se puede pensar en otra forma de hacer las cosas?

Claro que sí. Desde Consultora 14bis estamos convencidos de que es posible construir empresas donde los trabajadores tengan voz y voto, donde los mecanismos de consulta y participación sean reales y efectivos. No se trata solo de repartir acciones o ganancias: se trata de generar espacios de diálogo, de escuchar a quienes están todos los días poniendo el hombro, de crear un ambiente donde prime la confianza y el respeto mutuo.

Sabemos que no es fácil, que hay intereses fuertes y resistencias. Pero también sabemos que, cuando los trabajadores se sienten parte, las empresas funcionan mejor, el clima laboral mejora y el país avanza. Es cuestión de proponérselo, de animarse a cambiar la lógica de arriba para abajo por una más horizontal, más participativa, más nuestra.

En definitiva

Las privatizaciones de los ’90 dejaron heridas profundas, muchas de las cuales todavía no cerraron. Pero también nos dejaron enseñanzas: no hay desarrollo posible sin trabajadores comprometidos y escuchados. Si queremos un futuro distinto, tenemos que animarnos a pensar en empresas donde la participación sea real, y no solo un lema. Porque, al final del día, el país lo hacemos entre todos, y nadie puede quedar afuera.

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