Un arranque con gusto a poco
El 2025 no trajo alivio. Al contrario, pegó donde más duele: el empleo expresado en el mercado laboral. En enero, se perdieron cerca de 9.000 puestos de trabajo asalariado en el sector privado. No es una cifra aislada, sino parte de una caída que ya acumula más de 124.000 empleos perdidos desde que Javier Milei asumió la presidencia en Diciembre de 2023.
La construcción fue, sin dudas, la gran golpeada. Con el parate de la obra pública y el encarecimiento en dólares de materiales y servicios, más de 62.000 trabajadores se quedaron sin laburo. Detrás, otros sectores también sintieron el cimbronazo: hoteles y restaurantes, agricultura y los servicios comunitarios recortaron personal, ajustando donde más duele.
Informalidad: el monstruo que no se rinde
El trabajo informal sigue siendo una herida abierta. Hoy, el 42% de la población ocupada está sin registrar, lo que equivale a unos 9 millones de personas que viven al día, sin aportes ni cobertura. Aunque hubo una leve mejoría respecto al trimestre anterior, no alcanza para cambiar la historia.
La economía en negro es un monstruo que resiste cada intento por domesticarlo. Y mientras tanto, millones de trabajadores quedan atrapados en un sistema que los empuja a la invisibilidad, sin derechos, sin respaldo y sin certezas sobre el día de mañana. Son trabajadores sin voz, que no aparecen en los fríos informes de la macroeconomía, pero sostienen buena parte de la economía con su esfuerzo diario. Y lo más duro: saben que, si se caen, no hay red que pueda contener su caída.
Salarios que corren detrás
Mientras tanto, el bolsillo sufre. Las paritarias del primer trimestre no logran empatarle a una inflación que no da tregua. En marzo, el índice de precios promedió un 3,7% mensual, mientras el gobierno insiste en contener las subas salariales cerca del 1%. El resultado: una pérdida constante del poder adquisitivo y una brecha cada vez más difícil de cerrar.
Algunos sindicatos ya están en pie de guerra, presionando para no resignar lo poco que queda. Y los trabajadores sienten en carne propia el ajuste: hacer las compras, pagar las cuentas, llegar a fin de mes… todo cuesta más. Y lo que entra, alcanza menos. Lo que antes era un changuito lleno, hoy es medio carrito y con suerte. El salario real se achica, y con él, también los proyectos, los gustos, las salidas y hasta los sueños más básicos.
Un panorama que duele
El desafío está sobre la mesa: reconstruir un sistema que hoy tambalea, antes de que el malestar social se transforme en algo más profundo. Porque si algo está claro, es que la paciencia del trabajador argentino también tiene un límite. Ya no se trata solo de números fríos o estadísticas técnicas: detrás de cada empleo perdido hay una historia, una familia, un futuro que se vuelve incierto. La calle murmura, los comercios bajan la persiana y los sindicatos afilan sus reclamos. El país, una vez más, se enfrenta al dilema eterno: ajuste o justicia social. ¿Hasta cuándo podrá sostenerse esta tensión sin romperse todo?
El clima es de alerta. No sólo económica, sino emocional y social. La incertidumbre cala hondo, y la bronca contenida empieza a hacerse visible en las charlas de mate, en la fila del súper, en los colectivos.
El trabajo dignifica, dicen, pero cuando falta, lo que se pone en juego es mucho más que un sueldo: es la estabilidad de millones de vidas. La pregunta ya no es, qué tan profundo puede ser el ajuste, sino cuánto más se puede resistir sin que el tejido social se deshilache por completo